Hace ya muchísimo tiempo, demasiado, que las alarmas suenan, y con el creciente aumento de las tecnologías a favor de la comunicación, constantemente tenemos noticias acerca del maltrato a la mujer. Pero las menores también lo sufren.
Cuando una menor se exhibe en las Redes Sociales tiene que ver con su forma de ser, no es un hecho casual o aislado de lo que conforma su carácter, ni una moda pasajera. En mi opinión, la base es un reclamo de atención. He sido niña, adolescente, y soy madre y psicóloga, todo ello me aporta una visión tanto subjetiva como objetiva de los hechos. Cuando era pequeña me encantaba bailar, tenía un grupo de cinco amigas que dedicábamos los recreos a inventarnos coreografías y por supuesto el fin último era hacer el baile delante de la profesora, era nuestro mayor éxito: sus aplausos valían más que los de cualquiera.
Recuerdo que imitábamos a famosas con contoneos para aquella época “sexys”; hoy en día ya veo niñas bailar con movimientos de cadera que ni la más osada de las estrellas del pop de entonces incluían en sus videoclips. En poco tiempo, estamos hablando de hace 35 años, se ha elevado el tono muy rápido, y lo que no ha cambiado es que los niños de ahora siguen imitando, y además del aplauso de sus profesores y familiares pueden obtener el de personas que a través de Internet les “prestan atención”; ahora, a través del smartphone o de Internet llegan más lejos y sus modelos a imitar hacen uso del exhibicionismo sexual de una forma más descarada y habitual.
Por otra parte, y resumiendo mucho, la adolescencia conlleva ser aprobado por el grupo y el rechazo a los padres, así que si lo que “su chico” quiere es que le enseñe los pechos, en ese momento la balanza de valores de la adolescente está inclinada en lo que cree que va a recibir de él, y en ese instante las consecuencias negativas se diluyen, porque cree que es algo que les pasa a los demás.
Las adolescentes no carecen de información, las nuevas tecnologías los nutren constantemente, ahora bien, de lo que no disponen es de algo tan potente como ser el centro de atención, incluso las promesas de afecto. Les queremos quitar una muleta, que es esa relación y todo lo que les aporta y sin embargo no les ofrecemos nada a cambio, y eso que podemos darles sólo lo saben ellos, hay que preguntarles, a todos no nos gustan las mismas melodías, ni colores, ni sabores, la forma de recibir afecto tiene infinidad de variantes…
Aún estamos a tiempo de plantar semillas en nuestros hijos, enseñarles a quererse y que se sientan queridos, no somos responsables en algunos casos de sus conductas, pero sí de su educación. En algunos ya ha llegado el momento de podar, cambiar algunos malos hábitos y hacer que crezcan fuertes los buenos. Y en aquellos que ya están recogiendo los frutos, y que creen que es dulce, darles una dosis de realidad, que no tiene por qué ser amarga.
Si cuando yo era niña o adolescente hubiese tenido un móvil o Internet, estoy absolutamente convencida de que me las hubiese ingeniado para hacer cosas prohibidas sin medir las consecuencias; ahora como madre y psicóloga, a mi hija que es la persona que más quiero, en lugar de prohibir le acompaño en sus decisiones, sabe que puede confiar en mí porque no la juzgo, y trato de que no sólo aprenda, sino de que además, en su balanza de creencias tenga el suficiente peso para lo que se diluya sea el hecho de hacer una acción que le puede perjudicar.
Démosle atención a nuestros hijos, al igual que les enseñamos a comer solos, a hablar, a ducharse, a escribir…, de igual modo cuando les demos un móvil, una tablet, o cualquier dispositivo conectado a Internet, hemos de enseñarles qué es lo que pueden hacer y qué no deben hacer, han de conocer sus riesgos.
Montserrat Osca, es psicóloga y sexóloga | Padres 2.0